La viruela entre los años 1520 a 1980 devastó al mundo; solamente en los últimos 100 años, cobró 500 millones de vidas, a pesar que existía una vacuna desde 1796. Esta paradoja, se debe no sólo al inadecuado manejo de la enfermedad en diversas épocas y lugares, sino a la ignorancia de las personas que se negaban a vacunarse, así como, a los movimientos antivacunas que nacieron el mismo año que la propia vacuna contra la viruela, como se mencionó, en 1796.
A inicios del año 1900, uno de los tantos brotes pandémicos de la viruela que se han dado a lo largo de la historia, marcó severamente el rostro de todos los EE.UU. Entonces, aunque oficialmente los pacientes registrados entre 1900 y 1904 fueron 1,664,283, se especuló que el número real fue cinco veces mayor.
Entonces, para combatir tan terrible enfermedad, diversos estados de ese país, hicieron estrictamente obligatoria la vacunación y con ello, la certificación por escrito de las misma.
Sin embargo, en aquella época, los efectos adversos de las vacunas no resultaban leves, y su aplicación, no era a través de una simple inyección, sino podía ser bastante dolorosa. En el año 1900, la vacuna consistía en rasgar profundamente la piel con una filosa lanceta en la parte superior del brazo y luego se inoculaba la herida con virus vivo, el cual se obtenía de las llagas de la viruela del ganado vacuno.
El receptor de la vacuna podía desarrollar fiebre y dolor en el brazo. Inclusive, en el sitio del brazo donde se inoculaba, se generaba una ampolla y al pasar los días se producía una costra que se caería, dejando una notable cicatriz.
Falsificaciones
Para algunos, la vacuna les resultaba insoportable y evitaban recibirla. Otros por ignorancia, creían que la vacuna podía generar, tétanos o sífilis. Mientras, los grupos antivacunas cuestionaban su efectividad o alegaban que iba en contra de sus libertades personales.
Entonces, falsificaban certificados para saltarse la inoculación. Las ligas antivacunación circulaban nombres de médicos que firmaban certificados que consideraban a los niños médicamente “no aptos” para la vacunación.
Frente a tantos certificados falsos, debieron emitir una ley federal para que en todos los EE.UU., funcionarios de salud pública junto a la policía, pudieran revisar los brazos de las personas en busca de cicatrices por vacunación. En caso no tuvieran las cicatrices, las vacunaban en contra de su voluntad. Las palabras “mostrar una cicatriz” se habían convertido en el boleto a la vida civil entre 1900-1904.
El enfoque de la vacunación se volvió agresivo. Cuando un médico y un policía entraban juntos a una casa a una empresa, todos debían mostrar una cicatriz, estar vacunados o responder a la ley. En esa época, no tomaban a la ligera la erradicación de enfermedades y salvar vidas.
La inmunidad contra la viruela era condición para el empleo. Las fábricas, minas, ferrocarriles y todo lugar de trabajo industriales, exigían las marcas en los brazos. Las reuniones sociales y los clubes también requerían prueba de vacunas. Los estudiantes tenían que presentar una cicatriz y un certificado de un médico seleccionado por cada Estado, para las tarjetas de admisión.
Ligas antivacunas
La desconfianza hacia las vacunas, puede parecer un fenómeno moderno, pero las raíces del activismo actual se plantaron hace 225 años. Dichos movimientos son tan viejos como la aparición de la primera vacuna contra la viruela.
Cuando el Dr. Edward Jenner descubrió en 1796, la capacidad inmunizante de la viruela de las vacas, la sometió a prueba mediante un procedimiento verificable que se convirtió en un informe que envió a la Sociedad Real de Londres. Sin embargo, se lo devolvieron restándole importancia, es más, suponían que con este método, los pacientes podrían convertirse en ganado vacuno.
Esta mezcla de ignorancia y superstición se vio reforzada cuando en 1796, el reverendo Edmund Massey, desde el púlpito, afirmaba que: “Al infectarse deliberadamente a pacientes con una peligrosa enfermedad, los inoculadores tientan a la Providencia, e interfieren con la divina habilidad de enviar enfermedades y muertes como un castigo por el pecado, cualquier intervención que modifica la enfermedad será considerada como una operación diabólica”.
Sin embargo, al cabo de dos años el Dr. Jenner inoculó a otras personas y describió las características del procedimiento que publicó en junio de 1798. Su descubrimiento, fue el primer trabajo científico para combatir una enfermedad infecciosa por medio de una vacuna. El éxito fue tan importante, que en 1840 el Gobierno inglés prohibió cualquier otro método de vacunación contra la viruela que no fuera el suyo.
Por su lado y aunque pasaron los años, en Inglaterra, en 1853, debieron emitir una ley que exigía la vacunación obligatoria contra la viruela a todos los bebés los primeros tres meses de vida. Los padres que no lo hacían, podían ser multados o encarcelados.
La liga antivacuna inglesa del siglo XIX, utilizaban imágenes en sus periódicos –como la del policía que advertía a la madre para que vacune a su hijo– con el fin de sembrar la idea que las vacunas causaban más daño que bien y exigían, revocar las leyes de vacunación: “Las vacunas son la maldición de nuestra nación, mejor una celda en prisión que bebé envenenado”.
En el 2022, vemos que en diversos países continúan existiendo ligas antivacunas que sin ninguna razón comprobada, protestan para que en tiempo de COVID-19, no sea obligatoria la vacunación o el uso de mascarilla. Paradojas que pueden ser muy peligrosas para la supervivencia del mundo.