miércoles, diciembre 4, 2024

226 años de ignorancia antivacuna y una cicatriz obligada para transitar

La viruela entre los años 1520 a 1980 devastó al mundo; solamente en los últimos 100 años, cobró 500 millones de vidas, a pesar que existía una vacuna desde 1796. Esta paradoja, se debe no sólo al inadecuado manejo de la enfermedad en diversas épocas y lugares, sino a la ignorancia de las personas que se negaban a vacunarse, así como, a los movimientos antivacunas que nacieron el mismo año que la propia vacuna contra la viruela, como se mencionó, en 1796.  

A inicios del año 1900, uno de los tantos brotes pandémicos de la viruela que se han dado a lo largo de la historia, marcó severamente el rostro de todos los EE.UU. Entonces, aunque oficialmente los pacientes registrados entre 1900 y 1904 fueron 1,664,283, se especuló que el número real fue cinco veces mayor.

Entonces, para combatir tan terrible enfermedad, diversos estados de ese país, hicieron estrictamente obligatoria la vacunación y con ello, la certificación por escrito de las misma.

Sin embargo, en aquella época, los efectos adversos de las vacunas no resultaban leves, y su aplicación, no era a través de una simple inyección, sino podía ser bastante dolorosa. En el año 1900, la vacuna consistía en rasgar profundamente la piel con una filosa lanceta en la parte superior del brazo y luego se inoculaba la herida con virus vivo, el cual se obtenía de las llagas de la viruela del ganado vacuno.

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Para inocular la vacuna contra la viruela, rasgaban profundamente la piel con una filosa lanceta en la parte superior del brazo y luego inoculaba la herida con virus vivo, el cual se obtenía de las llagas de la viruela del ganado vacuno.

El receptor de la vacuna podía desarrollar fiebre y dolor en el brazo. Inclusive, en el sitio del brazo donde se inoculaba, se generaba una ampolla y al pasar los días se producía una costra que se caería, dejando una notable cicatriz.

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En la foto, se observan las diferentes etapas en la evolución de la cicatriz generada después de la vacuna contra la viruela, con el procedimiento de la lanceta e inoculación del virus vivo.

Falsificaciones

Para algunos, la vacuna les resultaba insoportable y evitaban recibirla. Otros por ignorancia, creían que la vacuna podía generar, tétanos o sífilis. Mientras, los grupos antivacunas cuestionaban su efectividad o alegaban que iba en contra de sus libertades personales.

Entonces, falsificaban certificados para saltarse la inoculación. Las ligas antivacunación circulaban nombres de médicos que firmaban certificados que consideraban a los niños médicamente “no aptos” para la vacunación.

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Certificado de vacunación contra la viruela emitido en La Habana, Cuba en 1902, para viajar a EE.UU.

Frente a tantos certificados falsos, debieron emitir una ley federal para que en todos los EE.UU., funcionarios de salud pública junto a la policía, pudieran revisar los brazos de las personas en busca de cicatrices por vacunación. En caso no tuvieran las cicatrices, las vacunaban en contra de su voluntad. Las palabras “mostrar una cicatriz” se habían convertido en el boleto a la vida civil entre 1900-1904.

La cicatriz en el brazo por la vacuna contra la viruela, dejaba una marca que demostraba que había sido vacunado.

El enfoque de la vacunación se volvió agresivo. Cuando un médico y un policía entraban juntos a una casa a una empresa, todos debían mostrar una cicatriz, estar vacunados o responder a la ley. En esa época, no tomaban a la ligera la erradicación de enfermedades y salvar vidas.

En la foto, funcionario de salud, una enfermera y un policía, controlan a personas ingresando a realizar tramites en oficinas gubernamentales. Si no tenían la marca generada por la vacuna, ahí mismo los vacunaban, le gustase o no.

La inmunidad contra la viruela era condición para el empleo. Las fábricas, minas, ferrocarriles y todo lugar de trabajo industriales, exigían las marcas en los brazos. Las reuniones sociales y los clubes también requerían prueba de vacunas. Los estudiantes tenían que presentar una cicatriz y un certificado de un médico seleccionado por cada Estado, para las tarjetas de admisión.

En la foto, 1900 -1904, EE.UU.: personal de una fabrica ingresa por la zona exclusiva para vacunados. Y es que, para combatir la viruela el que no se estaba vacunado, no podía ingresar a trabajar. A quienes detectaban sin marca en el brazo por la vacuna, los obligaban a vacunarse, siempre había un policía (como el de la foto) para que se cumpliera la ley.

Ligas antivacunas

La desconfianza hacia las vacunas, puede parecer un fenómeno moderno, pero las raíces del activismo actual se plantaron hace 225 años. Dichos movimientos son tan viejos como la aparición de la primera vacuna contra la viruela.

La viruela en el ganado vacuno es una enfermedad poco común, resulta normalmente leve, pero se puede contagiar a las manos de la persona que ordeña, por medio de llagas en las ubres de las vacas infectadas. En 1796, los ordeñadores contagiados, quedaban inmunes a la mortal viruela humana. Ese fue el descubrimiento del Dr. Jenner, quien desarrolló la vacuna.

Cuando el Dr. Edward Jenner descubrió en 1796, la capacidad inmunizante de la viruela de las vacas, la sometió a prueba mediante un procedimiento verificable que se convirtió en un informe que envió a la Sociedad Real de Londres. Sin embargo, se lo devolvieron restándole importancia, es más, suponían que con este método, los pacientes podrían convertirse en ganado vacuno.

Los periódicos ingleses en 1796 se burlaban del descubrimiento de la vacuna contra la viruela, y aseguraban que “la vacunación era una monstruosa vaca enferma, que se alimentaba de niños”.

Esta mezcla de ignorancia y superstición se vio reforzada cuando en 1796, el reverendo Edmund Massey, desde el púlpito, afirmaba que: “Al infectarse deliberadamente a pacientes con una peligrosa enfermedad, los inoculadores tientan a la Providencia, e interfieren con la divina habilidad de enviar enfermedades y muertes como un castigo por el pecado, cualquier intervención que modifica  la enfermedad será considerada como una operación diabólica”.

Sin embargo, al cabo de dos años el Dr. Jenner inoculó a otras  personas y describió las características del procedimiento que publicó en junio de 1798. Su descubrimiento, fue el primer trabajo científico para combatir una enfermedad infecciosa por medio de una vacuna. El éxito fue tan importante, que en 1840 el Gobierno inglés prohibió cualquier otro método de vacunación contra la viruela que no fuera el suyo.

Por su lado y aunque pasaron los años, en Inglaterra, en 1853, debieron emitir una ley que exigía la vacunación obligatoria contra la viruela a todos los bebés los primeros tres meses de vida.  Los padres que no lo hacían, podían ser multados o encarcelados.

En la ilustración de un periódico de la liga antivacuna londinense, de la época victoriana (1837-1901), un oficial de policía le recuerda a una madre que vacune a su hijo, mientras un esqueleto (la muerte) toca al niño donde se inyectaría la vacuna.

La liga antivacuna inglesa del siglo XIX, utilizaban imágenes en sus periódicos –como la del policía que advertía a la madre para  que vacune a su hijo– con el fin de sembrar la idea que las vacunas causaban más daño que bien y exigían, revocar las leyes de vacunación: “Las vacunas son la maldición de nuestra nación, mejor una celda en prisión que bebé envenenado”.

En el 2022, vemos que en diversos países continúan existiendo ligas antivacunas que sin ninguna razón comprobada, protestan para que en tiempo de COVID-19, no sea obligatoria la vacunación o el uso de mascarilla. Paradojas que pueden ser muy peligrosas para la supervivencia del mundo.

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