Durante años el tétanos y la difteria han sido enfermedades muy temida. Ocurrían en forma de epidemias intercaladas. La difteria era a principios de siglo XX, la décima causa de muerte en el mundo, estimándose 1 millón de casos y decenas de miles de muertos. Por su lado el tétano no cuenta con sistemas de vigilancia epidemiológica en muchos países, pero los casos registrado en el año 2015 causó 80,000 muertes, entre ellos, 34,000 recién nacidos.
En 1890 los bacteriólogos Shibasaburo Kitasato junto con Emil Von Behring, descubrieron la antitoxina del tétanos. Ellos comprobaron que al inyectar el suero sanguíneo de un animal afectado por el tétanos a otro, se generaba inmunidad a la enfermedad en el segundo. Luego, al analizar la sangre de cuyes inmunizados contra el tétanos, encontraron que al inyectar el suero de estos animales en otros no inmunizados conseguía resultados terapéuticos.
Esto los hizo sospechar la existencia de unas sustancias (que llamaron antitoxinas) las cuales eliminaban las toxinas segregadas por las bacterias, lo que supuso un gran avance en el conocimiento de las defensas corporales.
Esto le hizo sospechar a Behring la existencia de unas sustancias, que llamó antitoxinas y que eliminaban las toxinas segregadas por las bacterias Clostridium tetani (tétano) y Corynebacterium diphtheriae (producía la difteria), lo que supuso un gran avance en el conocimiento de las defensas corporales. En 1891 trató con suero a una niña con difteria salvando su vida.
Behring demostró, que la resistencia a la enfermedad no reside en las células del cuerpo, sino en el suero sanguíneo libre de células. La vacunación contra la difteria, permitió que los casos se redujeran en un 90% entre 1980 y el 2000.